Cómo quemar libros - Paralelo24 Skip to main content

Que no le digan…

Guy Montag, en Fahrenheit 451, tenía una misión, que la sociedad no pudiera pensar libremente, no reflexionar sobre el mundo. Su papel era la de un “censor del conocimiento”. Para ello debería quemar todo tipo de libros para que nadie los pudiera leer, y les permitiera ampliar su sabiduría, su descernimiento.

Fahrenheit 451 fue una novela del escritor estadounidense Ray Bradbury, publicada en 1953. Un grupo de «bomberos» tenían como tarea la quema de cualquiera libro, es decir, nadie debería saber más de lo que el sistema decidía. Por ello cualquier libro que encontraba le prendía fuego. El papel de los libros se inflama y arde a 451 grados Fahrenheit.

Años después, Bradbury, en una entrevista, explicó que Fahrenheit 451 la escribió a propósito de la era (macartismo) de Joseph Raymond McCarthy, quien construyó una campaña propagandística de lo que concebía como una “amenaza” del sistema comunista de la URSS. En aquel 1953, Arthur Miller, desde la literatura, encabezó la resistencia de “ciudadanos libres (que) desafiaban el clima de opresión que había impuesto el senador McCarthy.

Como en Fahrenheit 451, el conservadurismo pretende que la novela de Ray Bradbury se replique en nuestro país, no sólo por cuestiones ideológicas y de ignorancia, también porque las empresas editoriales no fueron beneficiadas con la impresión de los libros como ocurrió en administraciones pasadas. Hoy los edita el propio gobierno en los Talleres Gráficos de la Nación.     

De nueva cuenta el conservadurismo de ultra derecha, personificado por la Unión Nacional de Padres de Familia (UNPF), vuelve su discurso de siempre: “¡Dios nos libre! ¡Los libros hablan de sexo!”. Por su puesto, inmediatamente se santiguan.

Son los mismos grupos que pretenden esconder la pederastía católica, como lo ha hecho el Yunque, la Coalición para la Participación Social en la Educación (Copase), la iniciativa empresarial “A Favor de lo Mejor”, la Asociación Nacional Cívica Femenina (Ancifem) o el grupo Caballeros de Colón, plenamente identificados todos con el panismo.

Siempre se han inconformado  con el contenido de los libros de texto, incluso hasta con gobiernos del PAN y del PRI; viven en el pasado. Se espantan porque se tocan  temas como el embarazo, infecciones de transmisión sexual, métodos anticonceptivos, homosexualidad o masturbación.

En 1958, el gobierno del presidente Adolfo López Mateos, entendió que la población del país era altamente analfabeta, a lo que se sumaba “la pobreza que impedía que muchos mexicanos pudieran enviar a sus hijos a la escuela”,  como observó el secretario de Educación Pública, Agustín Yáñez, quien lanzó una campaña masiva de alfabetización, que sólo era posible se cumpliera, “con libros de texto pagados por la Federación”.

Surge entonces, en 1959, la Comisión Nacional de Texto Gratuito (CONALITEG), lo que provocó protestas de sectores conservadores que se opusieron a que los alumnos de escuelas privadas recibieran estos libros por tener “contenidos contrarios a su ideología”.

En el 2018, los mexicanos optaron por un proyecto distinto, el de la Cuarta Transformación. Sin embargo la UNPF pretende, como lo ha hecho por décadas, en alianza con fuertes intereses económicos y políticos, que no se toquen temas como el de educación sexual. El conservadurismo empresarial hace también escándalo. Dicen que desde el gobierno se quiere imponer una “ideología ajena”. Claro, buscan que la de ellos, la del dinero, siga prevaleciendo.

El planteamiento de los libros, más allá de la ciencia marxista; se busca que los menores aprendan a conocer aspectos teóricos y conceptuales de las ciencias sociales que permiten que maestro y alumno se involucren con  la comunidad, con el trabajo en conjunto, en sociedad. Se toca también el lenguaje inclusivo, que por cierto promueve la ONU.

En esta ruda cruzada en contra de los libros de primaria sobresalen empresas editoriales a las que se les habían concesionado en sexenios pasados la edición y fabricación de los textos, ahora se les canceló ese beneficio. Vemos en medios de comunicación y en redes sociales, campañas de desinformación, descalificación contra los contenidos y, muy probablemente, su acción tiene que ver con los fallos de los jueces para frenar la impresión y distribución de los libros.

No solamente ahora, sino siempre, empresas editoriales como Santillana que edita el diario español, El País, han presionado para se quite la gratuidad de los libros de texto, pues representa un mercado multimillonario; un tiraje que supera más de mil millones de ejemplares.

Los libros de texto gratuito han sido modificados de acuerdo con las tendencias ideológicas de los gobiernos que llegan al poder. Su redacción, contenidos y diseño, han estado bajo la supervisión de la de la SEP. “Con la llegada de los gobierno neoliberales, dejaron que empresas privadas, favorecidas del régimen, se hicieran cargo de esa labor”.

Que hay errores; sí, es lamentable y hasta penoso. Sin embargo, en la edición de los libros en 2013, por ejemplo, se pudieron contabilizar “casi 200 errores ortográficos fácilmente detectables y un sinnúmero de errores de redacción”. No se nos olvide que con el modelo anterior, México siempre salía reprobado en la prueba Pisa.

La aparición de los libros de primaria es buen pretexto para la guerra de la derecha que encabeza Claudio X. González y el ministro en retiro José Ramón Cossío que busca “aterrar” a la población para que en el 2024 no vuelvan a votar por el proyecto de la Cuarta Transformación.

A todo esto se suma la campaña que inició desde “su” televisora, TV Azteca, Ricardo Salinas Pliego, el empresario que se ha convertido en uno de los hombres más ricos del planeta, gracias a que se dedica a sangrar a los más pobres que le compran en sus tiendas con aquella mentira de  “abonos chiquitos para pagar poquito”.

El empresario mueblero se ha negado a pagar impuestos. En el 2020 el Tribunal Federal de Justicia Administrativa (TFJA) determinó que la empresa Elektra, debía pagar al SAT un adeudo fiscal por 2 mil millones de pesos. En marzo pasado se conoció que Elektra y TV Azteca, enfrentan litigios, porque adeudan al fisco alrededor de 39 mil millones de pesos. Allí está el porqué de su campaña.

Salinas Pliego se asume, como en Fahrenheit 451, como el que tiene la misión de “salvarnos” del “virus comunista” del que supuestamente nos alerta él, su lacayo, Javier Alatorre y todos sus peoncillos  que aparecen en su programación chatarra, basura, que busca, sí, que nuestros hijos sean eternamente pobres e ignorantes para que sigan siendo clientes cautivos de Elektra.

Cuando la derecha persignada y la empresarial exigen desaparezcan, que se trituren los libros de primaria editados por el gobierno de la 4T, por considerarlos “objetos perturbadores y alienantes” es, simplemente, como quemar libros en la “hoguera de las vanidades” por “pecaminosos”. Ellos son los Girolamo Savonarola. Es importante reflexionar todo esto, y lo que ello conlleva.   

Que no le cuenten…

La lista es larga para no olvidar. Por allá en 1512, el misionero Fray Diego de Landa “creyó que una red clandestina de mayas buscaban imponer la adoración del demonio”, por lo que destruyó códices y objetos sagrados de aquella cultura.

En 1933, Adolfo Hitler ordenó quemar miles de libros por considerarlos “no arios”.

En Chile los militares pinochetistas, “buscando libros de carácter marxista, encontraron en la biblioteca de la casa de Pablo Neruda, en Santiago, libros sobre cubismo y creyendo que estaban relacionados con la Cuba castrista –claro-, los quemaron todos”.​

La última dictadura argentina, el 30 de agosto de 1976, ordenó vaciar todas las bibliotecas, y luego quemar millones de libros.

Curas católicos de Polonia en 2019 quemaron libros de Harry Potter por “promover la brujería”.

El 4 de octubre de 2019, la panista guanajuatense, Lourdes Cásares Espinoza quien milita en la ultraderechista, “Suma tu voz”, encabezó una quema de libros de biología cuando Felipe Calderón gobernaba este país.

El martes pasado, Marko, el gris, Cortés, que encabeza al PAN, aconsejó a los padres de familia arrancar o destruir en su totalidad las hojas o partes de los libros de primaria que no coincidan con la educación de sus hijos. Sí, irracionalidad, oscurantismo puro.

En “El nombre de la rosa”, de Humberto Eco, “el venerable monje Jorge de Burgos incendia la biblioteca del monasterio para evitar que el mundo conozca la última copia de un imaginario segundo libro de la Poética de Aristóteles, dedicada a la risa y a la comedia consideradas por él peligrosas para la humanidad”.

¡Cuidado!, que hasta la risa nos querrán arrancar.

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