Que no le digan…
Porfirio Muñoz Ledo fue y lo seguirá siendo, “Ave de las tempestades”, fue y seguirá siendo reconocido y desconocido; aplaudido y abucheado. Hay miles de historias de su vida que nos cuentan sus éxitos, su fracaso (no ser Presidente de México), de sus capacidades, de su brillantez, de su ego, el que siempre lo derrotó.
Quienes conocimos poco o mucho de su trayectoria política, su momento histórico fue aquella interpelación al presidente Miguel de la Madrid el 1° de septiembre de 1988, a quien buscó reclamarle el fraude electoral contra Cuauhtémoc Cárdenas.
Aquella acción de enfrentarse al mismo Presidente de la República le valió que en las plazas, en los mítines lo recibieran con un grito que lo inflaba: ¡Porfirio, valiente, callaste al Presidente!
Escribió diversos libros donde dejaba ver su “preocupación por conseguir la auténtica democratización de la nación, la reforma del Estado y la fundación de una nueva República” como lo expuso en “La ruptura que viene”, prologado por Andrés Manuel López Obrador.
En estos días se escribieron y se expresaron un sinnúmero de discursos sobre el “gran Porfirio”. Por respeto a su memoria algunos evitaron recordar muchas de sus manchas, como cuando en calidad de presidente nacional del PRI, fue artífice una primera “concertacesión” en 1975 con el dirigente nacional del PPS, Jorge Cruickshank García.
A cambio de que aceptara que Alejandro Gascón Mercado, candidato al gobierno de Nayarit había perdido, le entregó a Cruickshank la primera senaduría de oposición. Porfirio cometió en aquel momento, un fraude electoral.
Tuvo otras manchas. Siendo representante permanente de México ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU), escenificó un hecho que fue calificado al menos de “penoso”. Un empresario estacionó su auto frente a la sede diplomática de nuestro país en Nueva York. Porfirio lo amenazó a punta de pistola por haber ocupado aquel espacio.
Escenificó otras perlas. Sin haber nacido en Guanajuato, reclamó “derecho de sangre” para contender por la gubernatura. Argumentaba tener antecedentes familiares, originarios de Apaseo El Grande. El Tribunal Estatal Electoral le concedió, en una sesión exprés, el registro como candidato. No ganó.
En uno de sus recorridos en aquella campaña en Guanajuato, comprobé una versión que circulaba entre los reporteros. “A Porfirio le gustaba dictarte la nota”, se decía. Y sí. Para que se publicara tal cual él quería, dictaba al reportero cómo debería redactarse: “Porfirio Muñoz Ledo afirmó que…”, precisaba comas, puntos y aparte, puntos y seguido, y hasta entrecomillados”. Aquella noche nos invitó a tomar un whisky, y a escuchar por qué merecía ser el candidato en la tierra de José Alfredo Jiménez, de quien cantó algunas de sus canciones: “¡La vida no vale nada, “La vida no vale nada”!
En 1988, cuatro fueron los senadores del Frente Democrático Nacional que posteriormente se habría de convertir en el PRD. Porfirio, Ifigenia Martínez, por el Distrito Federal, Roberto Robles Garnica y Cristóbal Arias Solís por el estado de Michoacán. Eran 60 senadores priístas contra cuatro frentistas.
Lo recuerdo bien. En cada sesión siempre daba nota. Porfirio contra todos los priístas. Era un espectáculo político sensacional. Un orador de primera, con una cultura vasta como nadie. Les pegaba buenas palizas a sus excompañeros. Siempre ganaban el debate, pero siempre perdían las votaciones.
Colmilludos la mayoría de los senadores priístas, evitaban confrontarlo en los debates, por lo que mandaban a dos jóvenes legisladoras para hacerle la guerra. Ellas eran Laura Alicia Garza Galindo de Tamaulipas (DEP) y a la yucateca, Dulce María Sauri Riancho.
Era sarcástico, burlón, punzante. En una sesión de trabajo con Jorge Carpizo como Secretario de Gobernación -de quien en voz baja se hablaba de sus preferencias sexuales-, éste comenzó a presumir varios de sus logros como abogado y académico. Muñoz Ledo dirigiéndose al funcionario en tono satírico le dijo: “A usted, a usted señor secretario, no le conozco ninguna paternidad de ningún tipo, de ningún tipo”, remarcó con toda la mala leche posible.
Sí, Porfirio, como se dijo en el homenaje de cuerpo presente en la Cámara de Diputados, fue un “hombre del sistema”; “referente del oficialismo del pasado”, “opositor férreo”, “constructor de instituciones”, “mente brillante de la política mexicana”, “estadista”. Un hombre con poder que sin haber sido Presidente de México, va a pasar a la historia, como en algún momento él se definió.
Fue uno de los constructores del nuevo régimen político, producto de aquellas luchas de la Corriente Democrática del PRI en 1997 junto con Cuauhtémoc Cárdenas e Ifigenia Martínez. Sí, uno de los principales impulsores del cambio democrático.
A pesar de sus luces, también se le recuerda como un hombre de incongruencias, de contrastes. Basta acordarse, cuando siendo orador en el 59 aniversario de la Revolución Mexicana, el 21 de noviembre de 1969, al referirse a la masacre del 2 de octubre, el joven brillante dijo: “El gobierno de Díaz Ordaz ha obedecido y ha hecho obedecer los mandatos de la voluntad popular, ha conservado intacta la autoridad del Estado y ha defendido, con su derecho, la soberanía de la nación”.
En el año 2000, siendo candidato presidencial por el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM) declinó a favor de Vicente Fox, al mismo que antes llegó a llamar el “alto vacío”, por la ignorancia y los “pocos sesos” del panista, quien terminó siendo su jefe.
Tal vez su frustración mayor fue no haber sido Presidente de México. En 1976 -cuenta en sus memorias-, “el presidente Luis Echeverría acudió a visitarlo a su casa, cuando llegó Echeverría, casi sin hablar caminó hasta el jardín, y le dijo: ´Es muy pequeño para recibir contingentes´. Años después, Muñoz Ledo recordó: “En ese instante creí que el dedo me había iluminado”.
En los últimos meses de su vida, ya mermado por la edad, pero aún brillante, se enojó porque no se le permitió buscar ser de nuevo diputado por Morena, y por haberlo sacado de la jugada para dirigir a este partido.
Se dedicó a descalificar a Andrés Manuel López Obrador -a quien le entregó la banda presidencial-, como cuando en la XL Reunión Plenaria de la Conferencia Permanente de Partidos Políticos de América Latina (Copppal), le lanzó un dardo envenenado. Lo acusó de tener vínculos con el narco. Nunca demostró su dicho. Claro, sabía que él se estaba prestando al juego de la derecha.
Hay quien nunca lo pudo ver y lo definía como “un ambicioso dispuesto a destruir aquello por lo que dijo haber luchado” y como “un traidor a un proyecto largamente buscado desde su salida del PRI”.
Días después de aquel intento de interpelar a Miguel Madrid, llegué a la vieja casona Xicoténcatl del Senado de la República. En la sala de prensa estaba Roberto Santiago, reportero del original unomásuno: Me dijo: “Te está buscando Porfirio” y me mostró la portada de la revista Proceso. Lo busqué.
Sentado en el salón de sesiones acompañado únicamente del Senador Roberto Robles Garnica, Porfirio se paró de su escaño, me dio un abrazo y, palmeándome la espalda, ufano, me dijo: “¿Ya vio usted la portada de la revista Proceso?” No, le respondí -sí la había visto-. Entonces me reviró: “Ha pasado usted a la historia. Está usted conmigo en la portada de la revista Proceso”. Sin lugar a dudas, Porfirio fue ave de tempestades. Un animal político como pocos.
Porfirio, “ha pasado usted a la historia”.
Que no le cuenten…
Pues, ¿No que estaban la mayoría de las y los ministros muy enojados y preocupados por lo del INAI? El pleno de la Corte determinó que el Senado incurrió en omisión en su obligación Constitucional de nombrar a los tres comisionados faltantes. El INAI seguirá sin operar hasta que los ministros de la Corte regresen de vacaciones. Y es que sí, ¡Las vacaciones no se tocan!