En el hemisferio occidental los territorios del continente americano están escoltados por las masas de agua más grandes del planeta, los océanos Atlántico y Pacífico. Este último es la cuenca oceánica más grande y por lo tanto con el cuerpo de agua mayor del planeta. En esta región se tiene bien definida la temporada de fenómenos atmosféricos conocidos como los mayores distribuidores de vientos y masas húmedas desde los océanos y referidos como depresiones, tormentas tropicales y huracanes, ciclones o tifones -como también son conocidos en la región asiática desde India, hasta China, Japón y Filipinas, en lo que constituye el Pacífico occidental.
El huracán Otis, que recién tocó tierra con inusitada fuerza directamente en la bahía de Acapulco, México, ha sorprendido a los expertos en el tema por la fuerza (categoría 5) que adquirió de manera súbita. En menos de 12 horas pasó de tormenta tropical a huracán de categoría máxima con energía superlativa. Esta intempestiva concentración de energía reflejada en la velocidad de los vientos, inicialmente de entre 63 y 118 km/h, cambió hasta alcanzar registros de vientos con velocidades de 274 km/h, incluso con rachas de 330 km/h, y sin que haya sido el primero teniendo como marco el cambio climático mundial en situación delicada, ocurrió en simultáneo con el desarrollo de El Niño este año.
Es pertinente decir que los fenómenos de este tipo son bien conocidos por la humanidad desde tiempos antiguos en todas las culturas del orbe. Para los hindúes se conocía como ciclón; para los griegos era kiklon, debido al patrón de circulación de los vientos. En China y Japón el término Ta (“grande”) Fun (“viento”) se acuñó para referirse al tifón, el gran evento que venía de los mares.
Del mismo modo, el término tifón se refería al dios griego creador de huracanes. En la cultura maya, existía un dios que con su aliento era generador de tiempos de rayos, truenos y vientos tempestuosos llamado Hurankén. El Popol-Vuh, el libro del pueblo de los mayas explica el significado del término como “corazón del cielo”. Los caribeños y antillanos lo llamaban Juracán, casi seguramente originado por el quechua -cultura inca de Perú, Ecuador y Bolivia- quienes lo referían como Jun Raqan, para quienes, lo mismo que para el pueblo maya, significaba corazón del cielo.
Los patrones climatológicos influyen en el clima mundial, sobre todo el del océano Pacífico. De forma decisiva, la interacción de las masas de aire y los océanos junto con la geometría y rotación del planeta inciden en la conformación de los patrones reguladores del clima.
Todo lo anterior, hasta ahora, el cambio climático -en buena medida de carácter antropogénico-, que engloba la alteración del ambiente y el incremento de la temperatura promedio de la tierra en las diferentes regiones y épocas del año, está trastocando el medio, llevando a la disrupción del estado convencional del clima, a la modificación de las temporadas estacionales en el planeta, afectando lo construido en él, la forma de vida de la gente y poniendo en riesgo toda forma de vida al final de la cadena de consecuencias que ello genera.
Los huracanes se clasifican en 5 categorías de acuerdo a la escala Saffir-Simpson, por su despliegue de energía asociado a la velocidad de rotación de sus vientos (en km/h). La menor corresponde a la 1 con vientos de 119 a 152; la 2 con vientos de hasta 177; la 3 de 178 a 208; la 4 corresponde a vientos que despliegan entre 209 y 251; y finalmente los más grandes, de categoría 5, que tienen registros de velocidad de los vientos desde 252 y mayores.
En el Pacífico oriental, el lado del mundo en que nos ubicamos, las tormentas tropicales y huracanes han tenido, hasta ahora, una ventana de ocurrencia bien definida que va de mayo a noviembre, con diferencia de medio mes de adelanto en el océano Pacífico con respecto al tiempo de inicio de estos fenómenos meteorológicos en el Atlántico, cuyo arranque ocurre en el mes posterior.
La posible evolución a más de una depresión tropical a tormenta tropical, y de ésta a huracán implica, entre otros factores, la disponibilidad de agua y su temperatura, lapsos de tiempo de días a semanas para su desarrollo de uno a otro tipo de fenómeno, la ganancia de masa húmeda, y la capacidad de energía acumulada y descargable vinculada al incremento de la velocidad del vórtex hasta alcanzar valores de velocidad que lo coloquen dentro de una de las categorías señaladas.
Por lo que respecta a los huracanes, su cantidad, la ventana de tiempo de su ocurrencia y la fuerza de su despliegue (a más grande corresponde a las categorías mayores), se ha venido modificando desde el último cuarto del siglo pasado para hacerse más complicada para la vida humana sin duda a causa de fenómenos como el Niño en el marco del calentamiento climático.
A reserva de que en otra oportunidad se explique detalladamente el fenómeno de El Niño -y su contraparte La Niña, y que en conjunto constituyen un patrón climático originado en las costas del Pacífico oriental al sur de Ecuador, se reconocen como El Niño-Oscilación del Sur, ENOS-, en esta ocasión sirva explicarlo grosso modo y en términos en que sus efectos se hacen notar en la evolución y fuerza ganada por Otis y otros eventos anteriores en la misma región del Pacífico oriental mexicano.
Este fenómeno de El Niño, cuya duración generalmente es de entre 9 y 12 meses -aunque en ocasiones se ha registrado su persistencia por años-, fue identificado por los pescadores del Pacífico oriental frente a las costas sudamericanas de Perú y Ecuador desde al menos el siglo XVII, y fue identificado como “La Corriente del Niño”, se refiere a anómalas y ascendentes masas de agua caliente frente a aquellas costas que aparecían a fin de año -durante la época navideña-, de ahí el nombre asignado a este fenómeno meteorológico.
Las condiciones climáticas más relevantes de El Niño, cuya aparición se da espaciada en promedio entre 2 y 7 años, sin que sea la regla, involucra la ocurrencia de corrientes marinas a temperaturas anormalmente más calientes que las normales y en compañía de precipitaciones pluviales irregulares desde noviembre y vinculadas a más lluvias aún en febrero o marzo.
Las aguas calientes que en condiciones normales deberían estar fluyendo hacia el poniente (a costas australianas y de Indonesia), provocan que aparezcan masas de cardúmenes en zonas someras y cercanas a las costas de la américa ecuatorial. Hacia el norte en las costas de California y hasta Canadá, el clima se torna más seco y cálido en tiempos en que lo opuesto debería ocurrir, mientras que para la costa este (en las costas del golfo y el sureste de Norteamérica) se desarrollan condiciones inusualmente más húmedas que provocan inundaciones en la región.
Con lo anterior como condición de base, se debe comenzar a considerar que la manera en que conocíamos el comportamiento de los huracanes y otros fenómenos climatológicos está cambiando. Uno de los cambios en los parámetros que deben de ser considerados y estudiados con acuciosidad, y que se presentó también en México por primera vez en 2015 con el huracán Patricia (Jalisco, México), corresponde a su desarrollo y crecimiento en un muy breve lapso (24 horas) a categoría 5. Aunque entonces impactó las costas de Jalisco como categoría 4 y también coincidió con la presencia en simultáneo de El Niño. En el caso actual con Otis, la evolución tomó la mitad del tiempo al pasar de tormenta tropical a huracán de categoría máxima.
Previo a ello, otro huracán más lejano en el tiempo en la misma zona y también vinculado a El Niño (1997-1998), fue un evento que ha sido reconocido como uno de los más poderosos en el tiempo en que se lleva el registro de su ocurrencia y corresponde al huracán Paulina (1997) que azotó Acapulco como categoría 4 y desarrolló vientos de 215 km/h, luego de evolucionar como onda tropical desde Huatulco, Oaxaca. El registro de muertos se ubicó entre 230 y 400 personas, y dejó el puerto en completa desolación.
Adicionalmente, sabiendo que uno de los factores clave en el desarrollo de un fenómeno de estos es la temperatura del agua marina superficial disponible, debajo del huracán Otis, frente a la bahía de Acapulco, se registró una temperatura del agua del mar de 30o C y una altura de las olas entrando a las playas de la bahía de Acapulco de hasta 8 metros, y como ya se mencionó vientos de 274 km/h que por momentos alcanzaron rachas de hasta 330 km/h.
Puede adelantarse entonces que ante el cambio climático y en presencia de El Niño en las costas del Pacífico oriental, eventos como los huracanes exhibirán condiciones y comportamientos francamente distintos a las habituales: ocurrirán con más frecuencia; en cuanto a los tiempo de su evolución y crecimiento, estos tenderán a ser más cortos; las velocidades de sus viento y fuerza desplegada serán con seguridad mayores; y su capacidad destructiva en ocasiones afectará con más severidad las construcciones y el entorno (la geografía: zonas de laderas, cauces, zonas de escorrentías, hondonadas y zonas bajas) en que se encuentran, haciendo en adelante más incómoda y vulnerable la vida humana.
P.D. Hasta el momento el número de decesos a causa de Otis alcanzó la cifra de 45 personas y otro tanto de desaparecidos.