A cincuenta años de su muerte, Jack Kerouac, quien toda su vida interpretó un papel de un artista irreverente, no sólo debe ser considerado el padre de una generación literaria, sino de todo un movimiento contracultural que englobó el rock psicodélico, la meditación, el movimiento hippie e incluso una revolución sexual.
La relación entre Allen Ginsberg, William S. Burroughs y Jack Kerouac ⎼el trío de autores más sobresalientes de la llamada Generación Beat⎼ no transcurrió, como algunos creen, cordial y efusivamente. Todo lo contrario. Estos escritores, además de compartir una frenética labor literaria y una vida accidentada, colmada de viajes alucinantes, drogas, alcohol y excesos sicalípticos, fueron los protagonistas de una amistad que incluyó arrebatos, desencuentros y una buena cantidad de insultos.
Burroughs, el mayor de los tres ⎼le llevaba ocho años a Kerouac y doce a Ginsberg⎼ aspiraba a ser el gurú del grupo y, de alguna manera, eso lo llevó a ser el menos conflictivo de los beatniks. Kerouac y Ginsberg, en cambio, fueron más impetuosos y se tuvieron un cariño más estrecho y beligerante que los llevó a orquestar pleitos en bares y carreteras.
En 1952, Kerouac le envió a Ginsberg el borrador de En el camino, la novela que, además de ser considerada la obra cúspide de la Generación Beat, posteriormente sería catalogada como una de las novelas más influyentes del siglo XX.
Ginsberg, además de desdeñar el texto, le respondió a su amigo con una carta particularmente agresiva. Sin andarse por las ramas, el autor del poema Aullido dijo a Kerouac que la obra le había parecido una “locura incoherente”, aconsejaba amputarle algunos capítulos y, para zanjar pronto el asunto, subrayó: “El libro es genial pero desquiciado en el peor sentido de la palabra”.
La respuesta de Kerouac ⎼que se encontraba viajando por México en compañía de Burroughs⎼ fue aún más colérica y ofensiva: “¿Crees que no me doy cuenta de la envidia que me tienes y de que tú, Holmes y Solomon darían su brazo derecho por poder escribir con el estilo de En el camino? Herido en lo más profundo de su ego, Kerouac apuntó: “Ha llegado el momento de que los bufones frívolos se den cuenta de qué es poesía… y cierra el pico… y por encima de todo… déjame en paz y no vuelvas a entristecerme nunca más”.
Jack Kerouac (1922-1969) fue un sujeto alcohólico y pendenciero que dijo sentir una invencible aversión por “esos autores que, teniendo desde la cuna un nombre conocido, dinero y poder”, llegaban a “invadir el campo de la literatura para tratar de disputarnos a nosotros, los auténticos artistas, lo único que tenemos: la engañosa gloria literaria”.
Hombre inseguro y melancólico ⎼y repudiado por su propio padre debido a su homosexualidad y su indomable rebeldía⎼, Kerouac intentó abrillantar sus orígenes diciéndole a todos que su familia provenía de un ilustre barón llamado François Louis Alexandre Lebris de Kerouac.
Lo cierto es que el narrador nacido en Lowell ⎼un pequeño y polvoriento condado ubicado en el corazón de Middlesex, en Massachusetts⎼ carecía de abolengo y descendía de un comerciante rudo y clasemediero que se había encargado de tiranizarlo.
En Quemar los días, el escritor James Salter describe al joven Kerouac como un gorilón que jugaba futbol americano: “fornido y veloz, paticorto, parecía una especie de matón. Para recibir una pelota se echaba atrás y una vez la tenía salía disparado como una flecha”.
Además de ser mitómano, pendenciero y solazarse en las proverbiales borracheras autodestructivas que lo llevarían a la muerte, este grandulón con pinta de forajido, que decía apoyar su estilo literario en una “prosa espontánea” ⎼método que, según él mismo, tenía sus bases en el jazz, pero que a Truman Capote le pareció pura mecanografía sin belleza⎼ no deseaba ser un simple narrador.
Jack aspiraba a ser poeta y, arrebatado por un sopor lírico con aroma a marihuana, escribió una buena cantidad de piezas donde, entre otros pensamientos estrambóticos, anotó: “¡Eh, sabueso! No te comas crudo ese conejo muerto delante de mis narices -caliéntalo un poco”; “El tipo que no es un tipo, la cosa que no puede ser y puede y es y no es”; o “La luna vuelve a casa borracha, catacrock, alguien le pegó con un orinal”, etcétera.
Kerouac o el “poeta jazz” ⎼como él mismo solía llamarse⎼ imprimió en su obra un extraño ⎼y en ese momento anómalo⎼ flujo musical en sus frases y en sus expresiones. Más allá de las anécdotas que contaba ⎼casi siempre hechos autobiográficos donde adjuntaba los éxodos y las juergas con sus amigos⎼ dejó que la música tomara el control del escenario.
El jazz no fue sólo un modelo para la escritura de Kerouac. El escritor estadounidense incluso grabó discos al lado de grandes instrumentistas, como Al Cohn, Steve Allen y Zoot Sims, donde se incluyen interpretaciones suyas.
Aunque muchos de sus enunciados puedan parecer extravagantes e incluso, muchas veces, incoherentes (sobre todo si se leen en español), lo cierto es que existe un minucioso juego de armonías, arreglos y rítmica que, en efecto, produce un enorme paralelo con lo que musicalmente hicieron el trompetista Miles Davis y el saxofonista Charlie Parker, quienes, al igual que Kerouac, se dijeron aburridos de las formas anquilosadas del arte que practicaban y decidieron renovar sus artificios.
Minucioso practicante del haiku ⎼“pop-haikus americanos”, como él mismo los bautizó⎼, el beligerante Kerouac fue, además, un escritor todo terreno. Su enorme talento le permitió ir de los temas políticos ⎼Kennedy, Truman, Roosevelt⎼ a las crónicas viajeras ⎼de las montañas nevadas en Denver hasta los desiertos de México⎼ e incluso recrearse en la crónica deportiva: del beisbol al futbol americano, claro.
Si la contracultura consiste en romper paradigmas, entonces quebremos la desidia y corramos a leer ⎼o releer⎼ a Jack Kerouac que, a 50 años de su muerte, no sólo continúa siendo el máximo exponente de la Generación Beat, sino uno de los autores que mejor ha fusionado los viajes, la marginación, la música, el amor libre, la bohemia y el misticismo oriental.