El agua es un recurso sumamente importante para los diversos componentes de un ecosistema, pero también para la vida humana y la salud pública. Sin embargo, muchos de los cuerpos de agua (como los ríos), a nivel global, están sufriendo efectos negativos, resultantes del desarrollo urbano desmedido. Aunado a esto, la distribución en cantidad y calidad se da de manera desigual, dejando más vulnerables a aquellos sectores de la población que no cuentan con un buen sistema de saneamiento y abastecimiento de este preciado recurso (IBPES 2019).
La degradación y transformación de los distintos tipos de ecosistemas acuáticos, sobreexplotación de zonas productivas, alteraciones en las dinámicas y la composición de las comunidades biológicas, han encendido focos rojos para comenzar a desarrollar métodos efectivos de manejo y administración en los diversos sistemas ambientales a nivel global, para lo cual, en algunas partes del mundo se han comenzado a tomar acciones con la finalidad de conservar los distintos servicios ecosistémicos que se relacionan a la biodiversidad en un sistema, además de reducir los riesgos asociados a la pérdida o degradación de estos sistemas ambientales (Senapati et al. 2019).
Este tipo de riesgos asociados a las actividades humanas, se han hecho cada vez más presentes en la última década, de los cuáles hay evidencia y que podemos ejemplificar mediante la desaparición de numerosos lagos y ríos, la gran contaminación de los mismos, que impiden al aprovechamiento del agua, y que traen consigo una estela de muerte para los organismos. Sin embargo, uno de esos riesgos que hoy en día, está siendo más latente, es aquel relacionado a la presencia de patógenos emergentes, es decir, riesgos potenciales de que la población contraiga enfermedades nuevas, o aquellas que ya son conocidas; al estar en contacto con aguas contaminadas, derivadas de un mal manejo y degradación de los cuerpos de agua principales. Algunos de los ejemplos más conocidos para este tipo de problemáticas, tiene que ver con la incidencia de enfermedades como el cólera, criptosporidiosis, dengue, salmonela, entre otras (Manetu y Karanja 2021).
Una de las maneras a través de las cuales se pude reducir este tipo de riesgos, es mediante el monitoreo constante de la calidad del agua, integridad ecológica, y saneamiento constante de los sistemas de abasto de agua con los que la población interactúa, por lo que implementar de manera extensiva este tipo de estrategias, será una pieza clave para poder conservar nuestros recursos, y la salud de los habitantes; sobre todo considerando que somos un país con una vasta riqueza de cuerpos de agua distribuidos a nivel nacional.
De manera particular, en México, alrededor del 50% de la red hidrográfica se considera contaminada o fuertemente contaminada y la información recabada por CONAGUA (2050 sitios de monitoreo para un país de casi 2 millones de km2, más de 11000 km de costa y 633 mil km de ríos) muestra que la condición de los diversos cuerpos de agua va en detrimento, tanto para el consumo humano, como para la persistencia de las diferentes formas de vida asociadas a ellos, además de la insuficiencia de sitios para evaluar la condición de nuestros recursos hídricos (CONAGUA 2021). Cabe destacar que el monitoreo de agua en México tradicionalmente se ha basado en criterios físico-químicos enfocados en el consumo humano, en vez de considerar las dinámicas y funciones del sistema ambiental que determina la calidad del agua en última instancia.
Debido a esto, se deben impulsar cada vez más sistemas de estudio, monitoreo y saneamiento de nuestros ríos, lagos, y costas, para evitar incidencia de enfermedades que aquejan a toda la comunidad, pero sobre todo a los sectores más vulnerables de la población.