Michèle Albán, la musa discreta - Paralelo24 Skip to main content

Durante la segunda parte del siglo veinte, una vez finalizadas la revolución y la guerra cristera, México encontró en el modelo económico ahora denominado, el milagro mexicano, una posibilidad de encontrar estabilidad para lograr un crecimiento sostenido. 

Este desarrollo estabilizador, implantado en 1940, fue la herramienta fundamental para buscar la consolidación de un país moderno e industrializado que pudiera competir con las potencias económicas de su tiempo.

El periodo en el que se manejó este modelo en la economía nacional abarcó los mandatos de Adolfo Ruiz Cortines, Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz, de tal suerte que de 1956 a 1976, la economía mexicana dio un dramático golpe de timón creciendo hacia adentro, vía la sustitución de importaciones, por lo que el país debía producir lo que consumía

Asimismo, el fortalecimiento de la clase media, la creación y consolidación de instituciones educativas y de salud, así como el impulso a la cultura como parte de la política de Estado, fueron ejes fundamentales del ideario de un México que pretendía ascender un escalón en el concierto mundial de las naciones que aún se recuperaban de la Segunda Guerra Mundial y ahora padecían la Guerra fría.

Es en este contexto que, en México, todas las disciplinas artísticas de este periodo se vieron fortalecidas por grandes subsidios estatales cuyo objetivo era pretender esculpir una nueva identidad mexicana basada en la exaltación de su historia prehispánica, haciendo énfasis orgullosamente en su herencia revolucionaria ahora institucionalizada y con alcances universales que llevaran la idea de un nuevo país a todo el mundo a través de su cultura.

Es en esa época de efervescencia nacionalista y auge económico, se publicaron El luto humano (1943) de José Revueltas y de Al filo del Agua (1947) de Agustín Yañez, libros que, de acuerdo a la escritora Margo Glantz en su texto Onda y Literatura. Jóvenes de 20 a 33, inauguran “la época contemporánea de nuestra narrativa, y El laberinto de la soledad (1950), de Octavio Paz, que establece un nuevo concepto del ensayo y del mexicano, se puede empezar a hacer el recuento de los autores que habitan la nueva literatura mexicana y al llegar a la década que va del año de 1960 a 1970 parecerá que hemos caído en la sección del Génesis donde los creadores de la Biblia se dedican a enumerar monótonamente las generaciones de Adán sobre la tierra: los descendientes empiezan a multiplicarse como la arena infinita.

En efecto, en la década que va de 1950 a 1960 aparecen Pedro Páramo (1955) de Juan Rulfo, Confabulario (1952) de Juan José Arreola, La región más transparente  (1958) de Carlos Fuentes, y muchas otras obras de autores como Rosario Castellanos, Edmundo Valadés, Sergio Galindo, Guadalupe Dueñas, Emilio Carballido, Luisa Josefina Hernández, Elena Garro, Sergio Fernández, Amparo Dávila, Jorge Ibargüengoitia, Luis Spota, Sergio Pitol, Augusto Monterroso, Carlos Solórzano, Ricardo Garibay, para no citar más que a los más destacados. En la década que terminamos, es decir, en la que va de 1960 a 1970, los hijos y los padres ya viven sin reconocerse, la multiplicación se ejerce y nuestra literatura edifica la última terraza de la Torre de Babel. 

Pero este idílico recuento de una nación que aspiraba a una grandeza victoriosa y alada, emergida de sus sempiternas derrotas históricas, no contaba aún (y no cuenta) con la mirada colocada en una equidad de género en el amplio panteón de héroes literarios y sus respectivos apoyos estatales, cuya mayoría de huéspedes distinguidos fueron hombres. De acuerdo al breve pero preciso catálogo o nómina enumerada por Glantz, México solo tenía a escasas siete exponentes femeninas frente a la tradicional hegemonía masculina a cargo del poder y de los destinos de las políticas literarias. Es probable que, en ese universo infinito del sombrío etcétera, citado por Margo, muchas autoras, traductoras o editoras pudieron subsistir de manera inmaterial o fantasmagórica, tal el caso de Michèle Albán, personaje misterioso y casi desconocido pero fascinante para algunos públicos literarios.

Albán nació en Suiza el 3 de agosto de 1929, de padres franceses resididos en España, llegó junto a su familia a México en 1942 huyendo de la guerra, estudió en el Instituto Luis Vives y posteriormente ingresó a la Facultad de Filosofía de la UNAM, también ejerció como profesora de francés en el Instituto Francés de América Latina y más tarde de Latín en Guanajuato.

Con apenas 18 años contrajo nupcias con el poeta y también refugiado español, Tomás Segovia, de ese matrimonio la pareja procreó al ahora escritor Rafael Segovia. Tras su separación del autor valenciano y notable traductor de Gérard de Nerval, Michèle contrajo matrimonio una vez más con el entonces pintor, poeta, cineasta experimental y aspirante a escritor, Salvador Elizondo Alcalde, con quien estuvo casada de 1958 a 1965, de esa unión nacieron dos hijas, la clavecinista, actriz y escritora, Mariana y la fotógrafa, Pía.

Albán colaboró en la revista Nuevo Cine, cuyo mentor del grupo fue nada menos que Luis Buñuel y en cuya nómina estaban el propio Elizondo, Emilio García Riera, José de la Colina, Carlos Monsivaís y Julio Pliego, entre otros. Michèle también contribuyó en la célebre revista fundada por Elizondo, S.NOB, donde sus principales colaboradores estaban Jorge Ibargüengoitia, Juan Vicente Melo, José de la Colina, Juan García Ponce, Leonora Carrington, Alexandro Jodorowski, Tomás Segovia y García Riera.

Durante esos años, García Ponce continuó su búsqueda de autores afines a su pensamiento y estilo, autores como Robert Musil y Pierre Klossowski, fueron parte fundamental de su trabajo, por lo que no resultó sorpresivo que Albán tradujera al español algunos textos del autor francés-polaco, La Revocación del Edicto de Nantes, Roberte Esta Noche y La Vocación Suspendida, títulos inalcanzables para el público mexicano de los años setenta, tanto por su complejidad idiomática como por el proteccionismo económico que asolaba al país que poco a poco desmoronaba sus aspiraciones de llegar a un buen puerto tras las masacres de Tlatelolco en 1968, el jueves de Corpus de 1971 y las sucesivas crisis económicas, de este tiempo quedó constancia en la dedicatoria a Michèle en el libro Unión (1974).

Posteriormente Albán se refugiaría en Tepoztlán junto a su compañera de viaje desde 1942, María del Pilar Alonso, con quien fundaría el que fuera por muchos años un restaurante emblemático de la zona, Las Marionas, pero muchos de los detalles de la vida de Michèle permanecen en el misterio, no obstante su importancia en la literatura mexicana es indiscutible, testimonio de ello es la mítica fotografía de Rogelio Cuellar que marcaría la fundación de la revista Plural, fundada y dirigida por el Premio Nobel mexicano, Octavio Paz. 

En esa placa, registrada en 1975 en la Colonia Cuauhtémoc, aparecen de pie, de izquierda a derecha: Tomás Segovia, Gabriel Zaid, Marie-José Paz, Alejandro Rossi, José de la Colina y Salvador Elizondo. Sentados: Octavio Paz, Juan García Ponce, Michèle Albán y Kazuya Sakai. No resulta sorpresiva la presencia de Michèle durante la fundación del consejo de redacción de Plural, pero si reivindica las dotes intelectuales de una mujer adelantada a su tiempo, quien además de ser un personaje cercano a las letras mexicanas y sus realizadores, se abrió camino hacía su propio destino de manera discreta.

Albán falleció el 11 de diciembre de 2017 a la edad de 88 años en brazos de su hija Mariana, madre del cineasta, Jonás Cuarón, quien plasmó a Michèle en algunas escenas montadas en base a fotografía fija en su ópera prima Año Uña (2007), en el filme, que evoca el estilo de Apocalypse 1900, aparecen el actor Diego Cataño, también nieto de Albán, Pía Elizondo y el propio Elizondo, entre otros personajes del universo familiar de Jonás Cuarón, quien a la postre compartiría el Oscar de la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas de Hollywood, con su padre Alfonso Cuarón por la película Gravity (2013).

Más allá de los presupuestos estatales, la vida de Albán nos recuerda que es posible otra vida más allá de la búsqueda insaciable de estímulos y poder en la República de las Letras Mexicanas, y que la discreción en la elaboración de un trabajo literario profundo va más allá de la farándula cultural de cualquier época y de cualquier plataforma informática cuya única certeza es la inmediatez y la esterilidad.

Para un mayor disfrute del misterio de Albán, recomiendo el texto publicado por José Quezada para la UAM “A Michèle, de Casablanca a Tepoztlán”, documento histórico de extraordinaria manufactura.

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