Un marginal en el centro: “El Bunker” en la Feria del Libro del Zócalo - Paralelo24 Skip to main content

La edición número 24 de la Feria Internacional del Libro (FIL) Zócalo realizada del 11 al 20 de octubre terminó con llenos continuos en sus foros y mayor afluencia de visitantes los sábados y domingos. 

La fiesta del libro tuvo un cordón de puestos de comidas y antojitos que no había tenido en sus emisiones anteriores, lo que hizo más diversa y con más tentaciones para el peatón que deambuló por la plancha central de la ciudad. 

El encuentro deja a los organizadores muy felices, a decir de su directora, Paloma Saiz. Y ciertas quejas de algunas casas editoriales, principalmente de las que no cuentan con una infraestructura editorial para competir con los enormes bloques de empresas como Trillas o la oficial del Fondo de Cultura Económica. 

Sin embargo, los foros congregaban a los lectores asiduos, público interesado, estudiantes enviados por sus escuelas o cansados curiosos de ocasión que vieron en las sillas y a la sombra, un lugar para descansar y ser partícipe de esta “fiesta de las letras” como le llaman sus promotores. 

La gente viene a una fiesta y a la compra. Esto no significa que la gente está leyendo más pues la Feria del libro congregó también a rostros de las letras, es decir, a personajes que los medios de comunicación hacen visibles. 

También hubo actos musicales que atraen público. Se obsequiaron libros sólo para interesados, como los que distribuyó el Instituto Nacional de Migración o clásicos infantiles como Aníbal y Melquíades, de Francisco Hinojosa. 

Muchos platican de cómo les fue la feria, desde los lectores que buscan libros, así como público que encuentra distintas experiencias culturales y formativas con las conferencias y presentaciones artísticas o las conversaciones surgidas en torno a los libros y sus comentarios. 

Un espacio que debería crecer es la zona de intercambio o cambalache de libros que, si bien es cierto llegan ejemplares desdeñados por su temática escolar o especializados y anacrónicos libros de contaduría o computación, hubo interesantes ejemplares para comerciar.  

El espacio fue una verdadera fiesta y feria pues además de los cubículos repletos de ofertas y otros tantos inalcanzables ejemplares, se pasearon familias, parejas o grupos conversando, pidiendo precios, tomándose selfis o cubriendo las mesas de remates. 

Lo destacable de la Feria del libro de este año fue la abundante presencia del cómic, la historieta y la novela gráfica. 

En esa feria de hallazgos y transeúntes se asomaron los ejemplares de un escritor considerado marginal por su escasa o nula difusión y porque sus textos permanecen aún en el ostracismo. Hablo desde luego del casi desconocido Jesús Luis Benítez (1949-1980. La solapa del libro A control remoto tiene por errata el haber puesto como fecha de nacimiento 1959), y mejor conocido como “El Buker”. 

Ahí, en el estante de los distribuidores de la Cofradía de Coyotes, además de l abundante obra de Gonzalo Martré, otro marginal en el centro, estaban los ejemplares del bifronte libro A control remoto y otros rollos/ Las motivaciones del personal y de las Canciones para gandallas y otros poemas urbanos. 

Para algunos lectores de principios de los ochenta, El Buker apareció masivamente en la antología realizada por el máster Gustavo Sainz (1940-2015) Jaula de palabras, con el cuento “Para habitar en la felicidad”. 

A pesar de ser un alma rebelde y sin casa, El Buker participó en los talleres de Juan José Arreola, de Emilio Carballido y de Juan Tova. Compañero de andanzas de José Agustín y Parmenides García Saldaña y otros narradores de la mal llamada “Onda”, El Buker escribió en la revista de rock La piedra Rodante y se perdió entre los humos urbanos y etílicos donde permanecía oculto. 

Sin embargo, gracias a estas ediciones muy elementales pero cariñosamente resueltas, la Cofradía de Coyotes, comandada por el también marginal (pues vive en la periferia de la CDMX) narrador y dramaturgo Eduardo Villegas, El Buker está de regreso y le fue como en Feria: lo vieron, lo palparon y algunos lo compraron. 

Sobre su temprana muerte, víctima de los excesos en el plexo, escriben en la solapa, a dos manos, Gonzalo Martré y Eduardo Villegas: …La frase tan manida fue una pérdida irreparable” cobra… un significado dolorosamente real porque había demostrado (en sus escritos) un talento insólito…  Todo un hallazgo en la feria de las vanidades literarias.   

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