Efímero lloré mi fe - Paralelo24 Skip to main content

EL 21 de octubre de 2022 murió el escritor y académico Gilberto Prado Galán (1960-2022). De los homenajes realizados de manera inmediata por su deceso, se señaló en mayor grado la amistad, la bonhomía, la fraternidad e incluso su actividad laboral.

Fueron escasos los escritores invitados y menos aún lo fueron quienes disertaron sobre la obra literaria y de la poética, apenas sí fue referida.

Los asistentes a esas cortesías hablaron del amigo Gil, quien se desdobla poliédrico y abundante en andanzas, viajes, encuentros, chistes, anécdotas, apodos; además de convivencia en juegos y conciertos, fiestas y festejos, deportes y canciones (el cancionero setentero mexicano era recurrente), maromas radiofónicas, sus archi-citados palíndromos y otros juegos verbales.

De sus abundantes libros de crítica sólo se mencionaba el Luis Cardoza y Aragón: las ramas de su árbol, Premio de ensayo hispanoamericano “Lya Kostakowsky”, 1993, y sólo como anécdota brillante y repetida debido a que el jurado calificador de ese premio era una alineación de lujo para un concursante desconocido: Carlos Fuentes, Eduardo Galeano y Gabriel García Márquez.

De Las máscaras de la serpiente, Premio “Malcolm Lowry”, Acercamiento a la novela “La serpiente emplumada” de D.H. Lawrence (1989).; Huellas de Salamandra. Ponderación del libro Salamandra de Octavio Paz (1993); la aproximación a la obra de Rubén Bonifaz Nuño, a Incurable de David Huerta; sobre escritores de los Siglos de Oro de la literatura española, Borges o Neruda, o esa bibliografía del palíndromo como A la gorda drógala, Echándonos un palíndromo o Sorberé Cerebros, que cierra con ese portento de compilación palindrómica titulado precisamente Efímero lloré mi fe. 26162 palíndromos, de todos ellos, ¿Quién los frecuentará? Todo eso se irá desvaneciendo, como lágrimas en la lluvia.

De aquellas anécdotas se ha hablado mucho desde la muerte de Gilberto Prado Galán, y seguirán haciéndolo según sea la ocasión y el momento que les tocó vivir a su lado y bajo su clara sombra, ya sea en homenajes máximos o de bolsillo, como los que se le hacen cuando lo convoca la charla de ocasión y el recuerdo.

Pesa más la persona y su personalidad desdoblándose con pericia en las diversas actividades ya mencionadas, pero ¿y de su escritura? ¿Qué hay de su poesía? Esa que se va fraguando en el silencio de la lectura y la lenta furia de la obra propuesta.

Con la partida de Gilberto Prado Galán su obra debiera abrirse hacia el futuro lector e investigador, a la convocación de su estar aquí al decir alguno de sus versos,
Que silenciosamente me posees./ Me invades con el alba de tu cuerpo./Que despacio me habitas: como un canto/ Refulges en mi pecho como lámpara…
Quizá Gilberto no sea en este momento un poeta leído por sus amigos y conocidos debido a que muchos de ellos se ahorraron leer su obra porque les bastó y sobró con sólo estrechar su mano o recibir una sonrisa o su atención.

Y atención es lo que necesita ahora el poeta para que siga vivo y latente en sus poemas. Porque el padre, el hermano, el familiar, el amigo, el compañero Gil, está a salvo en el corazón de quienes conmovió con su amor, fraternidad, bonhomía y gentileza, pero tampoco se puede negar que Gil también está en sus palabras.

Pero como dijo el ciego vidente (epíteto de Gil para calificar a Jorge Luis Borges), sólo una cosa no hay y es el olvido… y no podrá morir quien dejó la huella de la palabra escrita en los versos contantes y sonantes, el autor de libros que, como testamento, se abren a su paso.
Ahora su escritura es total presencia pues dejó variado catálogo. Dentro del ensayo, por ejemplo, está el estilo metódico y académico (los poetas citados), también el del ensayista ligero y manejable (El ancla y el mar. Para leer El Aleph), un Gil que liga lo ágil; el conocedor deportivo (Sobre héroes y hazañas), el anatomista (El gallo de Esculapio o Mapa del libro humano), e incluso el ensayista experimental, como puede leerse en el libro Los ojos de la Medusa.

Ya se sabe que los tiempos de penuria son duros para el poeta porque es una entidad equívoca y poco clara cuando se le busca integrarlo en la sociedad mercantil. Si lo pensamos desde su saber-hacer, el poeta es poeta en sus versos y al otro poeta (el que lee) le tocará cerrar el circuito donde la imaginación se enciende y multiplica su luz.

La actual civilización, dijo Robert Graves, es una civilización en la que son deshonrados los principales emblemas de la poesía (La diosa blanca, Alianza, 1983). Por eso son necesarios los poetas en tiempos de penuria y, ya sabemos que, a diferencia de lo que decía Fernando Pessoa (Ser poeta es todo, decirse poeta, nada), actualmente basta con decirse poeta como si todo, pues basta parecerlo y cacarearlo de boca en boca y de beca en beca. Así que la ruta elegida para los espectadores ansiosos de parecer poetas es la pasarela de la moda literaria exhibiendo la vestimenta de los genios perdedores.

No sucede así con algunos poetas esforzados en tirar el verso sin esconder la mano. Prado Galán no se asoció al esquema de parecer poeta por la imagen del mendicante o del angustiado, sino que se esforzó por serlo en su escritura y guardándose de ser del club de la pelea social o política; él se rendía al amor, pero también a la melancolía, al rigor del poema cincelado con angustia y construía sus angustias en silencio. Un silencio angustioso, sí, pero sin el escándalo del “poeta maldito” o del “vate iluminado”.

Sus poemas son el testimonio de lo que la mayoría ignoramos por ver en él la constante felicidad, el humor y la alegría constante; Gilberto también habla de sombras, dolores, angustias, sobresaltos, heridas, desamores, muertes. Díganlo si no los poemas de Exhumación de la imagen, Fundación del deseo, Palabras contra el tiempo, El canto de la ceniza, y Dolor de ser isla. Y su libro póstumo de lirismo particular Ella era el jardín. Quienes le conocieron pueden notar en sus títulos lo que hay detrás de la simpar cara de su sonriente vida: el anhelo, la lucha por, y con, el deseo.

Porque todos pueden hablar de la eterna jovialidad de Gilberto, pero muchos no lo acompañaron a caminar por el lado oscuro de su camino, que él se guardaba de comentar en sociedad, este soliloquio doloroso lo rumiaba en su isla de hombre solo, más no abandonado; y desde eso armaba sus poemas tramados en la noche más oscura. En ellos y por ellos caminó por la penumbra vaga, soportando ese estado sólido y líquido de la total gristenia.

No lloraba en público, no se acongojaba en privado. Mucho menos se enojaba con lo inmediato. El tamaño de su enojo o de su llanto lo volcó en la apasionada entrega al poema. Y ya disuelta esa ceniza, salía a la vida diaria con sonrisas y buenos días.

Sus poemas tocan los extremos que a él no lo hicieron perderse, sino encontrarse: el amor fiel y la tristeza profunda; llegó a esos extremos pero los superó supurando por las heridas del verso.

Si de alguno de los libros de Gilberto parten un verso a la mitad, sangra, como vaticinaba el poeta Efraín Bartolomé de sus propias creaciones llegadas y llagadas del impulso de la diosa blanca.

Esa es la ruta que también muestra la poesía y, los poetas como Gilberto, atraviesan aviesos el dolor de ser isla para arribar con risas a la comunidad de amigos y compañeros. Gilberto Prado fue para muchos un pararrayos celeste de ese sufrimiento que sorprendía en las noches con el relámpago del mal dolor.

Dejó testimonio de esa melancolía domesticada; hay cenizas de ese fuego. Léanlo en sus poemarios. Sabedor de que la vida es angustia perpetua, Gil buscó de vez en vez, en el envés de la felicidad a toda costa, mantenerse en la orilla del deseo, sin llamar al mar profundo.

Para Gil la poesía fue una palabra fiel. Él fue su fiel de la balanza de los versos y medidas pesadas con ritmos y rimas clásicas, sin traicionar el verso musical y luminoso.

Será un pendiente para próximos aniversarios que alguien o alguna institución recopile su obra completa o una muestra de ella en alguna sobria antología.

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