Al caminar por las calles empedradas del Centro Histórico de Puebla, el bullicio de la ciudad se convierte en un suave murmullo que acompaña mis pasos.
Al llegar a la calle 16 de Septiembre, me encuentro con el número 506, donde me abraza una invitación irresistible: El Mural de los Poblanos. Y mi hambre, mi antojo y mi curiosidad ceden a la sugerencia.
Este restaurante, que es un verdadero homenaje a la rica historia de Puebla, se encuentra adornado con la obra del talentoso artista Antonio Álvarez Morán, cuyo mural da vida a más de 40 personajes que han dejado una huella imborrable en la memoria colectiva de la ciudad.
Al cruzar la puerta, la calidez del lugar me envuelve de inmediato. Los salones privados, diseñados para albergar desde pequeñas reuniones hasta grandes celebraciones, ofrecen un ambiente elegante y versátil. Cada espacio está equipado con todo lo necesario para disfrutar de una comida de trabajo o simplemente compartir con amigos y familiares.
El restaurante está abierto los 365 días del año, lo que lo convierte en un refugio constante para los amantes de la buena comida.
Me emociona saber que más de la mitad de los insumos que se sirven en El Mural de los Poblanos provienen de pequeños productores del Estado de Puebla. También me agrada que las recetas que componen la carta son tradicionales, la mayoría cedidas por familias asentadas en Puebla desde hace ya varias generaciones.
Tomo una mesa, me siento y observo el mural, cuya obra emocional y evocadora, se extiende por las paredes, capturando momentos clave de la historia poblana. Ahí puedo observar a personajes como Ignacio Zaragoza y Benito Juárez, que parecen cobrar vida debido a los vibrantes colores del artista Álvarez Morán, quien decidió utilizar su talento para contar historias a través de su arte. Estoy seguro que cada figura en el mural invita a los comensales a reflexionar sobre el pasado, mientras disfrutan de la gastronomía que ha sido transmitida de generación en generación.
La experiencia culinaria en El Mural de los Poblanos es un viaje en sí misma. El menú, que incluye delicias como el mole poblano y los chiles en nogada, está elaborado con ingredientes frescos de pequeños productores locales. Y también, al pasear mi mirada entre los comensales, observo que los desayunos son un auténtico festín, donde los huevos se preparan de múltiples maneras, desde los tradicionales hasta opciones más innovadoras. Decido comerme unos chilaquiles verdes con cecina, que no tienen parangón; y me hago un espacio para disfrutar de unos tacos árabes de cordero, y que ofrecen un giro único a la cocina local.
Mientras disfruto de mi comida, el mural me recuerda que cada bocado es parte de una historia más grande. La conexión entre el arte y la gastronomía en este lugar es palpable; cada plato es una obra maestra que complementa la visualización de la historia que se despliega ante mis ojos. La atención al detalle y el compromiso con la calidad hacen de este restaurante un lugar donde el arte y la comida se fusionan en perfecta armonía.
Al salir, miro una vez más el mural, sintiendo que he sido parte de algo más grande. El Mural de los Poblanos no es solo un restaurante; es un viaje a través del tiempo, una celebración de la cultura poblana que invita a todos a ser parte de su rica historia.
Estoy seguro de que muy pronto volveré. Pero ya no lo haré solo, sino acompañado. Invitaré a la familia, a los amigos: a los seres queridos. Solo una duda me acompaña al partir: ¿Qué comeré en mi próxima visita? ¿Cemitas de chalupa? ¿Chiles en nogada? ¿O esos deliciosos tacos de canasta con sus variantes de chicharrón prensado, carne deshebrada y frijoles, todos con salsas caseras?