El llamado que hacen los pueblos de la Tarahumara implica que, ahora que es tiempo de campañas, de proyectos y planes de gobierno, el acercamiento a ellos rompa las prácticas electoreras, manipuladoras y arrogantes de los actores políticos.
El clamor de la tierra y el clamor de los pobres van indefectiblemente unidos en el pensamiento del papa Francisco. Un clamor que debe escucharse, que vincula el planteamiento ecológico con el social, referidos siempre a la justicia. Así lo esboza el Papa en su documento Querida Amazonia.
Así lo relee y lo aplica desde su realidad la Comisión de Pastoral Indígena de la Diócesis de la Tarahumara en un documento sin grandilocuencias, modesto en su espíritu, profundo en sus implicaciones: “Querida Sierra Tarahumara”.
Haciéndose eco del Papa, los laicos, religiosos y sacerdotes de la Tarahumara hacen un llamado a despertar de la anestesia ante la realidad que provoca apatía y pasividad y adoptar una “sana indignación” ante los pocos que lucran con el despojo y el robo en todas sus formas a la mayoría de la población.
Analizan las diferentes formas del saqueo en estas montañas y barrancas: la tala inmisericorde de los bosques por parte de empresarios forestales sin escrúpulos y la delincuencia organizada, erosiona el terreno, hace avanzar la desertificación, torna más caliente y seco el clima y disminuye la precipitación y captación de lluvia. Retoman las palabras papales que asimilan la actitud extractivista al machismo: “Permitir su destrucción [de la naturaleza] es lastimar a una esposa, amiga, hermana o madre que nos cuida y ese daño se vuelve contra nosotros mismos. Las empresas mineras y forestales vienen a secuestrar y prostituir a esta esposa, amiga, hermana y madre que nos da vida”.
Uno de los principales efectos del extractivismo, del cambio climático y de la violencia en la sierra es el desplazamiento forzado, sobre todo de los jóvenes a las ciudades. Ahí, señala el documento, son tratados como desechables. Son presas de una visión consumista de la vida, de las adicciones, del alcohol, de la búsqueda del dinero y el placer pasajero. Todo esto destruye su identidad y sus lazos comunitarios.
En su diagnóstico, sentido, pensado y vivido, los pueblos originarios de la Tarahumara no sólo ven por su bien. Al compartir su preocupación por la devastación ecológica de su entorno, piensan que es ahí donde se genera buena parte del agua para el norte de México, que sus bosques, cada vez más mermados, son el gran pulmón de estas áridas llanuras norteñas. Advierten de la cultura extractivista, consumista, individualista, que aísla a las personas e impide solidaridades.
La justicia es la madre de todas las demandas de los pueblos que menciona el documento: justicia agraria para que se respeten y reintegren sus territorios, justicia ambiental para sus bosques, suelos, ríos y arroyos, para que se hagan efectivos sus derechos al agua, al ambiente sano, justicia efectiva que los libre de la violencia y de las acciones de los criminales, justicia en el acceso a sus derechos sociales: educación, salud, vivienda y cultura propia.
Pero el documento no se queda en el diagnóstico, no insiste en una visión victimista de los pueblos originarios de la Tarahumara. Haciéndose siempre eco del pensamiento del papa, plantea que estos pueblos, con sus valores –espiritualidad, comunión, bondad, compromiso, resistencia, austeridad, convivialidad, amor por la naturaleza– tienen un gran aporte a la construcción del buen vivir para todos y para nuestra casa común.
Para concretar esta ardua tarea, la premisa es que los cuatro pueblos originarios de la Tarahumara –rarámuri, ódame, o’oba y warixó– deben ser considerados sujetos, protagonistas de su propio proceso hacia el buen vivir. No como meros receptores de apoyos, beneficiarios pasivos de programas que ellos no idearon. Esta postura cuestiona los enfoques asistencialistas, estadocéntricos y paternalistas. Los pueblos originarios no sólo pueden salvarse a sí mismos, sino dar su aporte para resolver la crisis ecológica y humanitaria, transmitiendo su sabiduría, compartiendo su memoria, sus narrativas, que poco a poco han ido recuperando.
Todo esto implica un deber de justicia para con ellos por parte del gobierno y de la sociedad: reconocerlos y valorarlos como otro, como los principales interlocutores, escuchar sus temores y esperanzas, aprender de ellos.
El llamado que hacen los pueblos de la Tarahumara implica que, ahora que es tiempo de campañas, de proyectos y planes de gobierno, el acercamiento a ellos rompa las prácticas electoreras, manipuladoras y arrogantes de los actores políticos. Ha de llegarse a ellos, si así lo permiten, antes que nada a escucharlos, luego, pedirles permiso para presentarles propuestas y que sean ellos quienes las evalúen y decidan sí y cómo se ponen en práctica.
El sexenio que termina llevó a cabo importantes programas con los pueblos originarios, como el de Justicia para el Pueblo Yaqui, e invirtió además muchos recursos. Hoy es tiempo de justicia para los pueblos originarios de la Sierra Tarahumara. Que no se confunda con pasividad su paciencia. No es que les falte voz; a nosotros nos falta oído.