A partir de 1998, el 3 de diciembre se declaró el día internacional contra el uso de plaguicidas como un homenaje hacia la tragedia ocurrida en Bhopal (India) de 1984. En este accidente, fallecieron aproximadamente 7000 personas y otras más resultaron dañadas debido a la fuga de isocianato de metilo, un gas empleado para elaborar plaguicidas que afecta principalmente al sistema respiratorio. Pero los efectos adversos que se derivan de la elaboración y uso de plaguicidas no se limitan a eventos como este, también influyen a una escala mucho mayor en la fisiología de muchos seres vivos.
La búsqueda de una mayor producción de alimentos ha generado la expansión de las hectáreas de suelo dedicadas a la agricultura para el consumo humano y de animales. A menudo, las estrategias para cubrir la demanda incluyen el uso de cerca de 105 sustancias para controlar ya sea insectos, hierbas u hongos (Mnif, et al., 2011) como la atrazina, ftalatos o el DDT. La disminución de los polinizadores debido al uso indiscriminado de plaguicidas ha sido uno de los problemas que ha recibido mayor atención comparado con su efecto como disruptores endocrinos. Este último término hace referencia a sustancias que pueden modificar la actividad de una hormona al ser capaces de desencadenar o inhibir los efectos de esta porque se unen con una mayor afinidad a su receptor. Debido a esto, la comunicación entre las células de distintos organismos no es la adecuada.
Una de las vías de comunicación más afectada suele ser la de los esteroides sexuales y por ende la fisiología reproductora a distintos niveles. En todos los animales hay etapas del ciclo de vida que son más susceptibles a estos contaminantes que a otras, pero los efectos pueden ser similares en gravedad. Durante el desarrollo embrionario pueden afectar la adecuada formación del aparato reproductor, un claro ejemplo es la prevalencia de hipospadias (alteración en la abertura de la uretra) y criptorquidismo (alteración en el descenso de los testículos hacia el escroto). A nivel de los gametos (ovocitos y espermatozoides) también se ve comprometida su calidad y cantidad, lo que a su vez disminuye la fertilidad. Incluso se ha relacionado la presencia de disruptores endocrinos con una mayor incidencia de cáncer de mama y próstata. Los animales en vida libre también se ven afectados. En el caso de insectos puede alterar los procesos de muda e incluso pueden modificar la proporción de machos y hembras que se encuentran en la población, sesgando la cantidad hacia un solo sexo, y en casos más dramáticos como los peces, se han registrado especies que el uso pesticidas ha causado la reversión de un sexo a otro.
Dado lo anterior, la búsqueda de alimentos orgánicos que no usen plaguicidas para su producción va al alza. Sin embargo, estos productos no siempre están disponibles en todos los lugares o son accesibles para toda la población. Teniendo en mente esto, algunas de las recomendaciones para disminuir el efecto de los disruptores endocrinos incluyen: lavar los vegetales que se van a consumir, de ser posible pelarlos, optar por un huerto propio el que se usen solamente controladores de plagas y fertilizantes naturales.
Además, es necesario realizar un esfuerzo coordinado entre las personas encargadas de la legislación de estos compuestos, los científicos dedicados a la ecotoxicología y productores para reducir su dispersión en el ambiente. Particularmente en México se debe realizar un monitoreo en más partes el territorio nacional además de la zona centro y su efecto en la población como se reporta en un estudio realizado este año por Vázquez- Tapia y colaboradores.
