Los interesados en las ciencias de la tierra que se especializan en el estudio de los minerales, en particular los de formato cristalino, mineralogistas y cristalógrafos, hasta el año 2000 tenían fuera de su esquema de conocimiento y experiencia la ocurrencia de cristales de tamaños extraordinarios, es decir, no incluían en sus discusiones elementos de análisis sobre especímenes de cristales en dimensiones y tonelajes tales que llegaran a escalas impensables comparadas con las registradas hasta entonces, y mucho menos sus implicaciones sobre la génesis y el tiempo requerido para su creación.
Sin embargo, prácticamente desde la segunda mitad de la Revolución Industrial, es decir, el inicio del siglo XIX, los afanes de muchos aventureros y científicos por buscar, encontrar y registrar los yacimientos de minerales más grandes y las formas cristalinas en dimensiones relevantes se fueron intensificando cada vez más por todo el mundo, incluso en sitios de interés ya identificados.
Así, desde la primera mitad del siglo XIX se llegó al punto en que los catálogos elaborados por museos específicos de todo el orbe sobre los minerales más grandes y de gran volumen encontrados hasta entonces, no habían registrado, ni de cerca, dimensiones ni tonelajes que dieran indicios sobre los extraordinarios cristales gigantes hallados en cavernas del norte de México, mismas que estaban siendo exploradas a fines del siglo XX con propósitos prospectivos por metales de interés económico.
Hasta ese momento, nos referimos a los años previos al gran descubrimiento, aunque los expertos -muchos de los cuales eran mineralogistas de la vieja escuela-, varios que incluso formaban parte del prestigioso Museo Smithsoniano de Historia Natural de Washington, D.C., especulaban sobre la idea de que aún cuando teóricamente no habría impedimento para la ocurrencia de cristales de tamaños gigantes -aún no vistos en la naturaleza-, eran lo suficientemente arrojados como para declarar sin pudor o humildad científica que no había en el mundo especímenes de cristales más grandes que los que guardan en las bodegas y vitrinas de su colección norteamericana. En años recientes expertos en el tema de esa institución reconocieron que los cristales de Naica se desarrollaron a una escala no antes vista por el hombre.
Llegado el momento, ocurrió un evento que cambió la manera de concebir el mundo de la mineralogía a escala mundial y éste fue el descubrimiento en cavernas de Naica, Chihuahua, México, de unos espectaculares y singulares cristales gigantes. Como antecedente, es oportuno señalar que anteriormente el cristal conocido comparable, entendido como pieza única, fue revelado abiertamente en la literatura especializada alrededor de un lustro después del conocimiento de su existencia en 1976, correspondiente a un cristal de berilo de 18 metros de altura y asombrosas 380 toneladas de masa, originario de la entonces República de Malagasy (hoy Madagascar).
La historia del descubrimiento que cambió el juego sucedió en abril del 2000, en un día de trabajo como cualquier otro en la vida de dos hermanos mineros Eloy y Javier Delgado, dedicados a prospectar por metales valiosos en la zona de Naica cerca de algunas cavernas ya exploradas del estado de Chihuahua, al norte de México, encontraron estas cavernas por accidente.
Los mineros decidieron recorrer el sitio subterráneo entrando a las referidas cavernas hasta lograr llegar a una parte desconocida, no reportada ni mapeada hasta entonces, que conformaba enormes cámaras a profundidades de 300 metros y más. En el lugar descubrieron arreglos mineralógicos espectaculares que colmaban los salones y galerías con ensambles de monocristales de una variedad de yeso conocida como selenita del tamaño de edificios. Cálculos posteriores en los ejemplares arrojaron que algunos de ellos alcanzan un peso superior a 50 toneladas.
El descubrimiento se reportó a la empresa Peñoles, empleadora de los mineros y dueña de los derechos de concesión minera desde varias décadas atrás. Dos años después, la información del hallazgo y fotografías del majestuoso sitio se hicieron públicas y el sitio hubo de ser alterado en sus condiciones geológicas, y por tanto físico-químicas, para ser sujeto de estudio. Las valoraciones iniciales determinaron que el desarrollo de los cristales estaba activo en condiciones de temperatura particulares (con rangos de temperatura muy cortos, entre 55° y 58° centígrados) y un régimen de saturación prácticamente del 100 por ciento. A partir de cálculos termodinámicos y de factores geoquímicos relevantes, se estima que la edad de dichos cristales es de alrededor de 500 mil años.
El descubrimiento de los cristales gigantes de selenita en la ya denominada Cueva de los Cristales de Naica en principio permite concluir que en temas mineralógicos lo no visto o encontrado en la naturaleza no puede ser descartado a priori; segundo, la existencia natural de los minerales se debe a condiciones geológicas de equilibrio particulares que se dan por larguísimos períodos de tiempo, tiempo geológico en escalas difícilmente concebibles para el hombre; y tercero, el principal degradador de la naturaleza y sus ritmos es la especie humana.
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