Carlos Pellicer: el mar, la juventud y la miseria de Nexos– Más que el paisaje tropical, el mar fue el protagonista principal en la obra del joven poeta Carlos Pellicer. No sólo podríamos decir que la mayor parte de sus primeras creaciones poéticas aluden a este tema, sino que, de algún modo, el mar envolvió toda su juventud. El compañero de sus primeros amores, sus escarceos románticos y, ulteriormente, de sus nostalgias fue precisamente el mar.
Nadie podría negar que la naturaleza, en general, es la gran animadora de la poesía de Carlos Pellicer (16 de enero de 1897-16 de febrero de 1977). Hay elementos muy específicos que cunden en sus versos: el agua, el sol, el paisaje, la selva. Pero, sin duda, el mar es el protagonista más recurrente de su obra poética de juventud.
Para el poeta tabasqueño, el mar fue más que el cuerpo de agua salada que cubre más del 70 por ciento de la superficie terrestre. Al igual que sucedió con Pablo Neruda, Antonio Machado y Robert Louis Stevenson, el mar tuvo un profundo efecto en la lírica del novel Pellicer. El mar fue para él un gozo estético, un surtidor de mitologías y cosmogonías: un personaje literario en toda la expresión de la palabra. Pellicer, el marítimo Pellicer, no cesó de formularse cuestionamientos líricos sobre ¿Qué demontre es el mar, por qué cautiva, por qué embelesa, por qué es, en definitiva, tan inmenso? Y ese gozo, que es un gozo estético, lo lleva a observar con embeleso sus colores, sus movimientos, sus mareas: sus corrientes de aguas profundas. Es, definitivamente, un personaje enigmático que despierta en él una sensibilidad extrema. Y por ello, una y otra vez, emprende la hazaña de poetizarlo. En Colores en el mar y otros poemas, su primer libro, canta el joven Pellicer, a sus 24 años:
Lanzó el mar el gran grito de la aurora
y fue desmantelándose lo mismo que un navío.
Yo dilaté mi espíritu, reverdecí, y en toda
la playa hubo un encante de espumas y de bríos.
Estos encantos ⎼que desnudan sus emociones y exponen su alma adolescente⎼ revelan que su goce estético estuvo arrebatado por un amanecer plétora de colores y formas que contienen el vaivén de las olas. Espectador infatigable del paisaje marítimo, el adolescente Pellicer solía contemplar con embeleso la energía de aquellas aguas y, de una u otra forma, se propuso tomar la mayor energía de aquella agua viva.
Sus afirmaciones líricas, por otra parte, nos recuerdan a las dudas que Borges se planteó cuando estuvo frente al colosal personaje que inunda la Tierra: “¿Quién es el mar? ¿Quién es aquel violento y antiguo ser que roe los pilares/ de la tierra y es uno y muchos mares/ y abismo y resplandor y azar y viento?”
Ahora bien, en ningún momento debemos perder de vista que la experiencia poética de Pellicer estuvo influenciada por el asaz viajero que fue. Desde joven ⎼su primera salida fuera de México la hizo a Colombia en 1918, cuando apenas contaba 21 años⎼ lo convirtió, desde muy temprano, en un núbil expedicionario. Debido a ello, sus primeros poemas son los himnos de un viajero sin tregua. En su prístina obra, vemos que el protagonista homérico tuvo un valor soberano. Casi podríamos decir que sin el mar todo lo demás le parece al poeta pequeño, insuficiente: pobre. Al menos así lo revela en “Nocturno del mar amor”:
Volver a decir: ¡el mar!
Volver a decir
lo que no puedo cantar
sin el corazón partir.
En su obra ⎼elaborada con palabras sencillas, pero perfectamente pensadas⎼ confluyen, además, de este afluente temático, la alegría, el dolor, la solidaridad, el amor, el americanismo y el tiempo-muerte, un tópico que también inquietó a Baudelaire. Pero a diferencia del poeta francés, la lírica de Pellicer exuda júbilo, optimismo: anhelos de vivir. Y esa vitalidad por la existencia se transparentará en toda su obra poética de madurez.
Un poco más adelante vendrán, ya en todo su esplendor, su religiosidad, la lírica amorosa, el mes de junio, el mar, el Sol, el color azul, la luz, la mexicanidad y, siempre, el optimismo.
Pero sólo a la sevicia de la revista Nexos se le ocurriría afirmar que la obra del joven Pellicer, plétora de escarceos con el mar y el trópico, llegó a contener “mensajes fascistoides” y que, en su juventud, el poeta tabasqueño “se hubiera sentido muy cómodo en la compañía de Gabriele d’Annunzio”. Se necesita ser un mísero o un trapero para intentar tergiversar la historia y darle gusto al mafioso cultural Héctor Aguilar Camín, tal como lo ha hecho, por encargo, un mequetrefe llamado Nicolás Medina Mora Pérez, atentando contra la memoria poética de uno de los principales referentes intelectuales del presidente López Obrador.